Don Buto es un señor muy especial.
Un señor a la antigua.
Un señor que viste traje y lleva sombrero.
Hasta aquí Don Buto es un señor a la antigua
como cualquier otro señor a la antigua;
pero dije que es muy especial
y lo que lo hace especial,
es un detalle de su vestimenta:
Don Buto, en lugar abrochar flores en su ojal,
todas las mañanas antes de salir de su casa,
se abrocha un cuento,
que elige según el clima
o el humor con que se levante.

martes, 31 de agosto de 2010

Soldados de la primera línea

Es martes y los martes Don Buto elije para el ojal cuentos de guerra o de marcianos.
Los que más le gustan son los cuentos de guerras con hormigas, porque según él, las hormigas son soldados desde que nacen, y planear guerras y ganarlas es el único objetivo que tienen en su vida de hormigas. Y es porque admira las guerras con hormigas que Don Buto tiene hormigueros por todo el patio y se pasa horas y horas mirándolas ayudándose con una lupa.
Justamente ayer se pasó la tarde doblado en un rincón del patio donde descubrió un hormiguero que nunca había visto antes. Fueron tantas las horas que pasó en esa posición, doblado por la mitad sobre el hormiguero, que después tuvo que entrar a la casa, bañarse, cocinar, mirar la tele y dormir doblado por la mitad. Pero esa es otra historia.
Volviendo a la tarde de ayer, ni bien Don Buto descubrió el hormiguero, corrió a buscar la lupa y, lupa en mano, esto fue lo que, según él, vio.
De las 123.562 hormigas que contó y asegura viven en el hormiguero unas 7500 salieron y revisaron meticulosamente cada centímetro de tierra hasta la fuente de alimento, que no era otra que varios trocitos de lechuga, tomate, y melón que habían dejado las tortugas, reinas absolutas del patio.
Estupefacto Don Buto vio cómo cada una de las 7500 adelantadas descubría un agujerito en el terreno y haciéndose una bolita se metía y se acomodaba hasta que el agujero era totalmente rellenado por su cuerpo de soldado. Don Buto sabía que eran soldados porque llevaban casco borseguíes y trajes camuflados; radio no, claro, porque las hormigas, sobre todo las soldado, ya vienen con antenas para comunicación.
Rellenadas todas las imperfecciones del terreno el resto de las hormigas, es decir 123.562 menos 7500, comenzaron un ir venir desde el hormiguero hasta el alimento. Así pasaron la tarde hasta que no quedó un solo rastro de lechuga, de tomate, y mucho menos de melón. Don Buto pudo ver además que unas 56390 obreras, se desviaban por un caminito lateral y se acercaban a un montículo oscuro y peludo que resultó ser un grillo muerto y que en menos de los que tarda el sol desde el mediodía hasta al atardecer, quedó reducido a ladrillitos del tamaño de cabezas de alfiler y así, en cuadraditos, fue trasladado también al hormiguero.
Para cuando el sol dejaba un ratito más de lo debido su último rayo de sol para darles a tiempo a llegar a su hogar a ellas también, Don Buto, que para esa hora ya se había olvidado de ellas, vio cómo las soldados de la primera línea salían de los huecos donde se habían metido para alisar el terreno, se estiraron y caminaron a ritmo parejo hacia el hormiguero.
Doblado por la mitad pero sonriente, Don Buto aprovechó también el último rayo de sol para entrar en su casa. Como pudo, llegó hasta el cajón de los cuentos y de la lupa, sacó una nueva historia de hormigas y soldados para llevar cuando hiciera falta en su ojal.

domingo, 29 de agosto de 2010

Un domingo

Aquel domingo Don Buto se levantó temprano, tan pero tan temprano que cuando se asomó a la ventana lo único que vio fue oscuridad y nada más que oscuridad. Se preguntó por las estrellas y por la luna también, y concluyó que ya se habrían acostado y que el sol se había quedado dormido. Pero no. Ni lo uno ni lo otro. Lo que ocurría era que el día sería gris, casi negro de tan gris.
Don Buto se preparó un cafecito con leche y se paró frente a la ventana a esperar, porque el estado del tiempo era en su vida algo fundamental. Como nada sucedía salió al patio y miró al norte, después al sur después al este y por último al oeste, y al ver que por ningún lado amenazaba asomar ni el más pequeño rayito de sol, se sintió muy tranquilo porque nada intranquilizaba más a Don Buto que los cielos indecisos. Así que silbando una vieja canción entró en la casa, abrió el cajón de los cuentos, y eligió uno gris para el ojal de su saco.
Como Don Buto es un señor muy ordenado no le fue difícil encontrar el cuento gris que buscaba, un cuento gris muy gris casi negro, sin un solo rayito de sol asomando, por pequeñito que fuera. Después Don Buto se fue para la plaza con una bolsita de semillas en el bolsillo, se sentó en el banco de siempre, hizo una montañita con las semillas y se quedó esperando que despertaran los pájaros.
Entretanto se entretenía en controlar hacia el norte hacia el sur hacia el este y hacia el oeste, que no fuera a aparecerse ningún rayo de sol, la mañana se fue yendo sin que ningún pájaro apareciera, ningún caserito, ni siquiera un gorrión, mientras una llovizna que apenas se veía iba humedeciendo la montañita de semillas y la mano de un chico pedía monedas.